
Soy como un drogadicto caminando por las calles de Holanda,
un tipo desaliñado me ofrece un momento de felicidad,
¿realmente importa si lo hago una vez más?
¿será un buen método de curación, probar esa porquería que me destruye y a la vez me da unos instantes de paz?, ¿cómo sabré entonces si realmente he dejado esa necesidad? no es el camino, aunque me cuesta aceptar que las únicas pruebas que tenga para decirlo son el sentido común y la fé (si, la fé he dicho).
Me deleitaron los vientos de primavera, después vino el calor del verano, la laxitud del otoño y el miramiento del invierno, me pregunto que viene ahora.
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